Nació en Oaxaca en 1899, murió en Ciudad de México en 1991. Figura capital en el panorama de la pintura mexicana del siglo XX, Rufino Tamayo fue uno de los primeros artistas latinoamericanos que, junto con los representantes del conocido “grupo de los tres” (Rivera, Siqueiros y Orozco), alcanzó un relieve y una difusión auténticamente internacionales.
Como ellos, participó en el importante movimiento muralista que floreció en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. Sus obras, sin embargo, por su voluntad creadora y sus características, tienen una dimensión distinta y se distinguen claramente de las del mencionado grupo y sus epígonos.
Hombre de pocas palabras en su vida cotidiana (consideraba que el pintor debe manifestarse con sus pinceles y que la única razón de una obra es la propia obra), en la producción de Tamayo sorprende la exquisita disposición de los signos que junto a las superficies que comparten se disputan a veces la tela.
Su obra como muralista, ciclópea y hecha en el más puro «mexicanismo», culmina en el mural El Día y la Noche. Realizado en 1964 para el Museo Nacional de Antropología e Historia de México, simboliza la lucha entre el día (serpiente emplumada) y la noche (tigre).
Ese mismo año recibió el Premio Nacional de Artes. Sus últimos trabajos monumentales datan de 1967 y 1968, cuando por encargo gubernamental realizó los frescos para los pabellones de México en la Exposición de Montreal y en la Feria Internacional de San Antonio (Texas).
A partir de entonces, retirado casi, se dedicó de lleno a transmitir el saber acumulado en su larga e intensa vida artística.
Pero, como ya se ha dicho, la parte más significativa de su obra corresponde a su pintura de caballete, que no abandonó hasta poco antes de su muerte.