
Samantha H. Monroy
El 8 de marzo no es un día de celebración, es un recordatorio de todo lo que nos han quitado y de todo lo que sigue sin cambiar, la marcha es una exigencia colectiva, un eco de indignación que resuena en cada consigna. Las mujeres se manifiestan, porque ninguna de nosotras está segura, porque la violencia sigue arrebatándonos a nuestras hermanas, y porque aun con la herida abierta, el mundo nos pide que callemos.

Los nombres de las que ya no están aparecen en carteles, en mantas, en las paredes que se vuelven testigos de nuestra exigencia, algunos los conocemos, otros los descubrimos aquí, pronunciados con la esperanza de que no sean olvidados. Entre la multitud, los familiares de Perla Citlali sostienen su imagen, pidiendo justicia a tres semanas de su feminicidio en el municipio de San Juan del Río, Querétaro, su lucha se vuelve nuestra.

El asfalto tiembla bajo nuestros pasos y las voces que gritan son de rabia, hartazgo y también dolor, pero nadie se detiene. “¡No estamos todas, nos falta Perla!”, “¡Ni una más!”, “¡El gobierno no me cuida!”. Cada consigna es un golpe contra un sistema que nos ha fallado una y otra vez, un sistema que sigue invisibilizando la lucha de la mujer.

Y mientras avanzamos, sentimos la ciudad observándonos, no toda mirada es de apoyo, algunos se detienen a vernos con desdén, otros murmuran palabras que no alcanzamos a escuchar pero sabemos qué significan; los bocinazos impacientes buscan callarnos, recordarnos que para ellos nuestra lucha es un estorbo.
Las paredes rayadas les duelen más que los cuerpos desaparecidos.

En medio de la multitud, una niña va en los hombros de su madre, lleva un pañuelo morado y en sus manos un cartel: “Quiero crecer sin miedo”. Ella nos hace entender que estamos aquí por ella, por todas; para que ninguna niña tenga que aprender a temerle a la noche, a la calle, a los hombres.

Aquí, entre nosotras, el juicio se disuelve, no importa si nos conocemos o no, si llegamos juntas o si nos encontramos en el camino; hay convicción y esperanza en la forma en que nos miramos, en cómo nos tomamos de las manos cuando la marcha se detiene, en cómo cantamos y gritamos al unísono.
Aquí no estamos solas.

La tarde avanza y la indignación sigue intacta, pero también la esperanza, la marcha es un grito de pelea pero también un refugio, es rabia, pero también resistencia, es la certeza de que juntas somos más fuertes.

Seguimos caminando, seguimos gritando, seguimos luchando, porque si nosotras no lo hacemos, ¿quién más?